viernes, 8 de mayo de 2009

Jornada Irónicamente “Desalineada”

Sueños…Son... Trocitos de vida, historias del interior que nos hablan, que nos cuentan...
De suicidios y sonrisas, de caparazones y cenizas…


Me levanto de mañana, doy una vuelta sobre mi hombro y pienso ¿no?, ¿Dónde habré dejado mis manos este amanecer? ¿Qué habrán rozado al caer en mis sueños?.
Es ahí el punto límite de mi descanso: mi cabeza se despierta mientras los pensamientos ya toman café. Comienza mi trabajo.
No soy más que un artista plástico profano, he caído en tantos agujeros negros subastando mi lógica por monedas, regalando mis caprichos de fama en cada nudo plano de macramé que vendo en la plaza. Todo mi arte ya lo subasté: son gajes del oficio. Argentina tiene los ojos tapados y Santa Rosa no es más que un poro de piel, de esa parte del cuerpo que siempre olvidamos limpiar.
Como decía, despierto y comienza mi trabajo. Soy humano, necesito alimento por eso desayuno algo, pero a las apuradas: hoy no hay tiempo. Tengo que trabajar antes que los sueños se me esfumen. El olor a aguarrás me recuerda mi día anterior. Ese olor es la sombra mundana de un artista mundano, de un artista al fin. Veo mis pinceles y el bastidor en un mismo plano: ¡cómo cuesta el comienzo Ricardito!.
Los oficios donde se trabaja de a uno son difíciles y aburridos, nadie contradice tu postura, no hay puntos de vistas diferentes, no subyacen dos culturas, no hay conflictos, ningún mate compartido, y además nos conlleva a la locura de dialogar con uno mismo.
¡Bueno, a ver si empezamos Ricardito!.

Cómo no tengo idea, argumento o tema, ni siquiera un pedacito de reflexión para pintar, recurro al método menos ortodoxo que es la memoria onírica. ¿Surrealismo? No, de estos ya no quedan originales. Las manifestaciones del inconciente son, siempre, reflexiones que fueron reales… aunque inconclusas. No se si con esa descripción pueda convencer a Freud pero de igual forma es una suerte poco usual la de estar en un trabajo que nos permita usar los sueños como merito, herramienta o como otra alternativa útil.
¡Ricardito, pasame un sueño de esos que están en la cajita que esta debajo de los acrílicos! (Ja, ja, ja, como divaga mi concentración).

Ya comienzo. Todo lo que recuerdo son sensaciones, que recorren mi cuerpo: suspiros de mi imaginación. Recuerdo que había una sombra azabache… ¿un río también?... ¿sensación de consumación?. Si la muerte es inminente; la vida ¿que será?. La v-i-d-a, ¿Qué e-s?.

¡Que buen título te armaste Ricardito!, ¡reflexivo y confuso como te gusta a vos!.

Reflexivo y confuso como me gusta a mí. Y ahora que veo este plano cuadrado de frente, ahora que lo toco para palpar el poder que tengo sobre él y sentirme omnipotente, pienso: ¿qué será? ¿Qué es?. El bastidor no tiene forma, pero tiene ya un título (y sonrío orgulloso). Eso me recuerda a muchos de estos que caminan tan altivos por las calles: van con un título pero con mera ausencia de forma, pobrecitos.

Ahora, volviendo al cuadro; el color, no sé, ¿la vida de qué color es? Supongo que varía según cada individuo (o cada titulo del individuo).
¡Ponete a atrabajar Ricardito!
Ya sé, ya sé. Eso es lo que hago. Nomás faltaría que caigas en ese mediocre pensamiento global de que se pinta sin fundamento. Bastante me costó conseguirle un título, ahora me falta el resto. Indispensable. Para todo en la vida necesitas un fundamento, es el “software de tus acciones”. Es la política inherente de tu cuerpo, tu reinado, necesario para no ir por la vida inventando planes pocos meditados.
En fin… ahora que tengo un título y no dispongo de un color, planeo audazmente una esquiva pero precoz salida a mi problema: me voy a fumar un pucho en la ventana.

Te pienso, te existo, mientras saboreo el sigiloso ruido del silencio, te veo, te palpito, estas ahí, apurándome. Y yo acá, sentado, mirándote con cierta ironía, como quien espera un audaz movimiento. Vos sos, simplemente, un pedazo rectangular de plano, vacío, blanco encabezado de comienzos. Te miro a través del humo de mi segundo cigarro y palpito con sabor los futuros colores y texturas de tu lomo. Te amenazo con el pincel y me río.

Ahora el tiempo tiene peso y signo de exclamación, ya pasó medio día y vos ahí… Inmaculado pedazo de lienzo. Pintar es una gran metáfora. El tiempo acaba con los mendigos y con el amor. La vida es un tiempo limitado. De un color… ¿indescifrable?.

¿Indescifrable Ricardito?
Indescifrable como vos, que no existís pero ya sos parte de esta gran metáfora. Indescifrable como yo, que no me puedo penetrar, ni declarar, ni abrir, ni romper en cifras. Indescifrable como el pensamiento humano, como el quehacer doméstico, indescifrable como un perro, como la vida misma, como la ausencia del color, como el negro.

Bien Ricardito, ¡ahora tenes un título y un color!.
Pero me falta un fundamento y el negro no es un color.
Te falta el fundamento Ricardito.

No hay razón de apuros, se razona como el ajedrez pero sin tiempo límite. Pintar, vuelvo a decir, es una metáfora, como el amor, como la vida. El amor es desafío, Pintar, un desarraigo de pasión y la vida un descuido de la muerte. Son tres paralelos. Se sustentan sin chocar, se saborean sin tragar.

Yo quería descansar pero el fundamento pesa tanto como el tiempo, para comenzar hace falta decisión, me hace falta determinación. Es así, que a la magia del comienzo la marco con la primera línea, irónicamente “desalineada”, inconstante, casi una mancha negra dentro de ese retazo blanco puritano. Un descuido, un descanso de tanto blanco, una ausencia de colores.
Todo un día de reflexiones, cuestionamientos y razonamientos para una mancha negra. Todo un esfuerzo del inconciente para describir algo tan conciente como es la vida. Toda la ironía me abraza.

Ahora me desprendo de toda responsabilidad de seguir metaforizando. Me dejo caer al libre albedrío y con los ojos cerrados, horizontalmente alistado al suelo, puedo distinguir las sensaciones desconocidas hasta ahora: hambre, sueño, sed y, aún así, necesidad de continuidad. Hago un último esfuerzo: “El negro es indescifrable”, pienso.

Nada más. Hasta acá llegué. Me arrollo en mi mordaza artística y en este pebete de paleta y queso. Pasó toda la jornada, y yo sentado sin poder comenzar con un color verdadero, con una forma palpable o con un simple punto de tensión exacto. Me siento derrotado por un escueto pedazo de tela sobre madera. Pedazo de lienzo, te puedo divisar esa sonrisa triunfante debajo de esa desalineada mancha negra.
Me desprendo de lo real, la fase onírica comienza cíclicamente otra vez. No me resisto.

La Vida… es... Un trocito de sueño, una historia aparente y externa, que nos habla, que nos cuenta, que experimenta...
Sobre suicidios y sonrisas, Sobre caparazones y cenizas…


No importa, Mañana será otro día.

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